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LA HISTORIA DEL ÁLBUM 'INNER CALL OF SPIRIT'

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El EP conceptual, que continúa el final del álbum debut "Death Equals Relief" y narra una historia local con más detalle.

La raza Kynt-Oal descubrió la verdad sobre los orígenes del mundo: el suicidio del dios supremo. Esta revelación desencadenó una guerra a gran escala, que culminó con la destrucción de un planeta en el sistema Rantak-Hai por un arma que altera la realidad. Entre las ruinas de esta tragedia, solo sobreviven los descendientes de una antigua gran civilización, y entre ellos se encuentra Yajaru, un mártir cuyo despertar de la fuerza interior y su sed de salvación se convierte en el tema central del álbum "Inner Call Of Spirit".

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Una vez, en la Edad de Oro, este planeta portuario brilló en el corazón mismo de la galaxia, una perla de rutas comerciales donde se encontraban caravanas de todos los rincones del Universo. Aquí, en la encrucijada de culturas y tecnologías, floreció la raza Nirtan: arquitectos de ciudades inimaginables, creadores, sabios que comprendían los secretos del universo. Pero todo cambió en un instante. Estalló una guerra, cuya causa se ha olvidado hace mucho tiempo, sepultada bajo capas de ceniza y locura. Se utilizaron armas capaces de descomponer la materia misma y distorsionar las leyes del universo. Las poderosas ciudades de Kint-Oal se convirtieron en polvo, y los florecientes paisajes se transformaron en páramos tóxicos.

Miles de años han transcurrido desde entonces. El planeta, antaño centro de la vida, se ha convertido en una cicatriz en la faz del universo. Solo sobrevivió un asentamiento de la raza mutada; ahora son esclavos de sus propios miedos, venerando las sombras del pasado. Es aquí donde nace Yajaru. Es una criatura del páramo, hijo de la tierra maldita. El destino lo ha condenado al sufrimiento desde su nacimiento. Su cuna fueron las ruinas de la grandeza y los fragmentos de esperanzas rotas, los brotes de su odio primigenio. La ira prohibida lo ha convertido en un paria, condenado a sobrevivir solo, contando solo las sombras: los días hasta su muerte, cuya proximidad acelera. Pero ni siquiera en soledad encuentra paz, sobre todo cuando parece que alguien lo observa.

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En un mundo cruel donde el destino es despiadado, nace Yajaru, marginado desde sus primeros días. La pobreza es su cuna y la soledad su fiel compañera. Su asentamiento, perdido en un páramo sin vida, se ha convertido en una jaula para él, donde el miedo al mundo exterior se entrelaza con el odio a sí mismo. Sabe que le espera un final miserable: hambre y olvido en este infierno ardiente.

Pero en lo más profundo de su conciencia, surge una vaga sospecha: este mundo no siempre fue así. Ve fragmentos de recuerdos, la naturaleza diferente, ecos de la grandeza pasada, pero cuanto más intenta desentrañar el pasado, más fuerte se vuelve su asco por el presente. Odia todo lo que le rodea: las pobres chabolas, los compañeros de tribu eternamente asustados, y sobre todo a sí mismo, como si se hubiera convertido en un error, un producto de la tierra maldita. Sabe que cuanto más piensa en ello, más cerca está de la muerte.

Pero una noche, vagando por la tierra quemada, lo ve: un fantasma tejido con luz de luna y polvo, mirándolo fijamente y diciendo su nombre. Ese momento se convierte en un punto de inflexión. En un ataque de desesperación, toma un trozo de metal al rojo vivo y se lo presiona contra la cara. La carne chisporrotea y se derrite, sus ojos se apagan bajo una capa de ceniza. Privado de la vista, rechaza tanto al mundo como a sí mismo, perdiendo el conocimiento y sumiéndose en un sueño profundo e insomne. Si este sueño le traerá salvación o más tormento, sigue siendo un misterio. Pero una cosa es segura: el antiguo Yajaru ha muerto, dejando paso a algo nuevo, quizás aún más doloroso y horrible.

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En la oscuridad total, Yajaru, ahora ciego para siempre, oye un susurro: la voz de un fantasma que conocía su nombre. La chispa de la consciencia se encendió de nuevo, pero ahora en otra dimensión, en el mundo de los sueños y las pesadillas. "¿Quién eres y qué quieres?", graznó Yajaru, dirigiéndose a la entidad inmaterial. "Mátame si eso es lo que quieres, me alegraré mucho." En respuesta, solo un eco, un eco burlón de la verdad: «El sacrificio que hiciste despertó en ti un poder que había estado latente durante milenios. El poder de controlar las llamas, el poder de la destrucción, capaz de arrasar este mundo en descomposición». Así se concluyó un pacto entre un mortal desesperado y un espíritu inmortal: un contrato de sangre y ceniza.

El fantasma le reveló a Yajaru un secreto, ocultado con total seguridad a los habitantes del planeta maldito: el mundo en el que vivían había sido plano durante siglos, rodeado por un impenetrable muro de oscuridad. Pero había otra cara, un reflejo de su sufrimiento, de donde provenía el propio fantasma. Allí, más allá del límite del mundo, se extendían extensiones infinitas, donde Yajar podía encontrar paz, comenzando su camino desde cero, dejando atrás el dolor y la desesperación. Sin embargo, el precio de la libertad era terrible: solo se podía llegar al final condenándose a muerte. Solo privándose de la fuerza vital, derramando sangre, se podía ver el verdadero camino, a lo largo de las salpicaduras sangrientas. Para encontrar el camino a la salvación, al fin del mundo.

La voz del fantasma se desvaneció, disolviéndose en la oscuridad que lo invadía. Imágenes brillantes brillaron en la mente de Yajaru como reflejos de llamas: fuego danzando en sus palmas, obediente a su voluntad, ríos de sangre señalando el camino a la seguridad, y el ansiado fin del mundo, tras el cual se alzaba la libertad. El corazón de Yajaru, endurecido por el dolor y el odio, se llenó de repente de esperanza, como un veneno mortal que se filtraba en cada célula de su cuerpo. Comprendió que incluso en la oscuridad más profunda había una chispa capaz de encender la llama de una nueva vida. Y con esta sensación contradictoria, despertó, sintiendo el frío gélido en su piel quemada y el dolor insoportable en las cuencas vacías de sus ojos. El sueño había dejado una marca indeleble en su alma, como una marca, recordándole la meta que debía alcanzar, aunque el camino estuviera sembrado de huesos y manchado de sangre.

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Cegado por la esperanza, Yajaru se encuentra en una encrucijada entre la desesperación y la salvación. Una mente esclavizada por la ignorancia le dicta que permanezca a la sombra del miedo, pero una chispa de conocimiento, encendida por un fantasma, rompe las cadenas de la oscuridad. Dudas atormentadoras plagan su alma: ¿es cierto lo que le dijo el espíritu de otro mundo? ¿Es posible abandonar este mundo, tejido de sufrimiento, solo derramando sangre y aceptando la muerte como liberación? El miedo es lo que ha impulsado a su raza durante siglos: miedo a lo desconocido, al cambio, a la vida misma. Pero la perspectiva de pudrirse solo, morir de hambre y odiarse a sí mismo por el resto de sus días por no haberlo intentado siquiera parece aún más insoportable.

Y entonces Yajaru decide. Aunque todo lo que le ha dicho sea mentira, aunque la muerte sea solo un final y no un principio, debe irse. Es mejor arriesgarlo todo que arrastrar una existencia miserable a la sombra de sus miedos. La sangre es el precio de la libertad, y la espada es solo una herramienta para obtenerla. Él está dispuesto a pisar este frágil camino, quemando el pasado y abriendo camino hacia lo desconocido con un rastro carmesí, con la esperanza de que todos los que lo odiaron y lo condenaron a una supervivencia solitaria no lo vean y no lo detengan, porque ellos mismos tienen miedo de siquiera pensar en algo así.

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Amigo o enemigo, da igual. Yajaru forja su propio destino, muerto por dentro desde su nacimiento en su mundo natal, aunque tan ajeno a él. Anhela ver el amanecer de una nueva era, donde no haya cabida para el frío negro de la desesperación, que mata a todo ser vivo. La soledad da origen a fobias que crecen como una hierba venenosa. Solo hay que seguir adelante y no mirar atrás, solo hay que extender la mano herida, tocar el otro lado, donde le aguarda la salvación.

Cada paso sobre el suelo ensangrentado resuena de dolor en su cuerpo herido. Pero con cada paso, Yajaru siente una conexión cada vez más fuerte con su guía invisible, dibujando en su imaginación imágenes de la inexistencia. Rompió el delgado hilo que lo ataba al destino, rechazó el papel predeterminado de marioneta, descubriendo nuevas habilidades. Va donde nadie de su raza ha estado jamás. No ve, siente cómo siglos atrás hubo ciudades aquí, y no las ruinas de una civilización desaparecida, rodeadas por los halos de almas casi evaporadas que no pueden regresar a su mundo ni morir por completo.

Al amparo de un mundo ennegrecido, se abre un camino hacia las cumbres, donde el cielo se funde con la tierra en un abrazo moribundo. Y en el mismo borde, en silencio y quietud, se yerguen dos guardias: dos estatuas hipócritas que custodian la transición hacia lo desconocido. La primera habla de sueños irrealizables, la segunda lamenta ilusiones perdidas. «Siempre te dijeron qué hacer», susurran, «y más allá del umbral de la muerte nada cambiará. Nunca encontrarás lo que buscas». Desangrándose, exhausto, Yajaru termina su viaje. Una nana moribunda que nunca escuchó en vida. No podía imaginar que la recompensa sería el olvido eterno, que nunca pudo evitar.

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Cuando la esperanza muere, no queda nada del cuerpo. Al exhalar el último aliento, ya no estás allí y todas las dudas comienzan a disiparse. Y entonces Yajaru empieza a ver, pero no como antes, sino a un nivel completamente diferente. Tras la desaparición de las sombras eternas, aparece una neblina envolvente. Al intentar respirar, Yajaru comprende que no puede. Sabe que está vivo, pero no ve sus manos ni su cuerpo. Simplemente existe, pero en una forma completamente diferente y rodeado de un nuevo mundo. Así ocurrió la muerte y la transición del mundo material al espiritual.

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La muerte se ha convertido en la puerta a una nueva vida. En el mundo espiritual, Yajaru aprende a respirar, a sentir, a existir sin las ataduras del sufrimiento. «Es imposible dejar atrás el pasado», susurra el eco de su vida anterior, pero el nuevo mundo ofrece una cura para la agonía pasada. El cazador fue consumido por su propia presa moribunda, y ahora, liberado del lado oscuro de su ser, Yajaru ha adquirido el conocimiento del bien y del mal, de la creación y la destrucción. Dejando atrás el dolor y el resentimiento, se despide del pasado, sin desearle mal a nadie, solo esperando lo mejor. Ha llegado el momento de esperar lo nuevo, un tiempo en el que las mentiras permanecerán en el pasado y surgirá una tímida esperanza de amor.

Yajaru se prepara para descubrir sentimientos y sueños desconocidos. Sabe que es débil, como todos los espíritus, pero en esta debilidad reside un punto de partida. Aunque sus alas estén quemadas en las llamas de una vida pasada, está listo para volar, creyendo que puede superar el miedo y la incertidumbre. Al renunciar a los deseos y negaciones del pasado, se despide de su antiguo yo, dándose cuenta de que el pasado sigue vivo en su memoria y que el miedo al regreso del sufrimiento no lo abandona. Pero cuanto más se convence del cambio, más siente la influencia de los viejos hábitos, cerrando los ojos a la belleza del nuevo mundo, temeroso de aceptarlo por completo. Se enfrenta a una larga y repetida lucha para expulsar el pasado de su alma y permitirse vivir de verdad.

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